JESÚS PÉREZ, VECINO DE LA CAÑADA
Me siento un privilegiado! Tengo la posibilidad de organizarme el día, y por delante se presentan varios más con las mismas características.
Estoy de suerte, me digo. He terminado la temporada de trabajo en el bareto de mi amiga por deseo propio, por atender otros trabajos. Pero mis compañeros no han tenido la misma suerte! Ayer terminaron su temporada por impositivo legal, al menos por 14 días; que conociendo el percal, algunos nos tememos que serán más.
Sí, me sabe mal decirlo, pero mirando a muchos conocidos y a otros no tan conocidos, me siento un tío sortudo. Tengo una faena que disfruto, y encima me deja tiempo libre para realizar actividades que tenía olvidadas desde hace casi un año. Hay otros a los que el tiempo libre les viene impuesto. Ya sea por falta de trabajo o por obligado confinamiento. No pasa desapercibido para nadie ( y además no nos dejan) que cada día, de momento, esto va in crescendo. Los que mantenemos algo de salud tenemos que ser conscientes de ello y aprovechar el momento. “ Carpe diem”, que no sabemos qué pasará mañana.
Escucho la radio y flipo! Nadie tiene idea de nada y sólo se dedican a la especulación. ¡Qué desastre! Me digo. Donde dije digo dije Diego. Y un montón de pelmas, de cretinos, de demagogos siguen lanzando sus peroratas. Técnicos especialistas en el bla, bla bla proclaman discursos que cambiarán mañana dependiendo de cómo vaya el viento que, por cierto, hoy sopla como loco aquí en La Cañada. Locutores pesimistas suman a lo existente las inclemencias del tiempo, los desastres que provoca, ¡ Como si nunca hubiera habido tormentas ni inviernos! Aburren soberanamente con sus pesimistas datos en vez de aportar alguna luz con las cosas buenas, que también están ocurriendo. Echan más leña a esta tremenda hoguera.
Miro por la ventana . Los árboles se agitan a los caprichos del huracanado viento. La lluvia, en estos momentos, me llega hasta la mesa de mi improvisado despacho, al fondo del pequeño salón. ¡Cómo se está poniendo la cosa! Me comenta Brus, poniéndose a salvo en el sofá. Tranquilo, le digo, ésto pasará , como todo. Y efectivamente, al cabo de unos minutos, la cosa se calma, al menos un poco. Para la lluvia, pero el viento, aunque algo más débil, sigue.
No puedo evitar la comparación. Esto pasará sí. Pero el viento seguirá soplando, más o menos fuerte. Somos tozudos y algunos lo iremos dominando, pero pienso en los que no han podido hacerlo, en los que ya no soportarán el viento tras la tempestad. Las cosas, aunque queramos, ya no serán iguales. Sabemos que nuestro barco no tiene capitán, ni se le espera en la cabina de mando. ¿Cómo salvaremos a los náufragos?
Por eso yo, como muchos otros, hemos decidido no quejarnos. Dar gracias por lo que tenemos, por nuestro trabajo, nuestra salud y nuestros amigos y familiares que siguen a salvo. Dejamos las quejas para los que de verdad las tienen. La obligación de los que estamos mejor es tirar salvavidas a los que no lo están, de transmitirles sonrisas aunque parezcan muecas, de reírnos aunque no tengamos ganas y de contar chistes aunque sean malos. No podemos sumar nuestras quejas. Debemos restar nuestras bendiciones. No seamos quejicas!. Basta ya de pelmazos! Los que andan jodidos no se lo merecen.
Apago la radio. Que los zurzan.
Lo dicho, Voy a aprovechar mi tiempo. Espero saber emplearlo. Luego os cuento.
¡Ostras, no me acordaba que los bares estaban cerrados…!