Secretamente, por cauces apenas utilizados, nos llega el mensajito. Subrepticiamente, como si apenas fuera contigo. Entremezclado con las ofertas de descuento de Springfield o Leroy Merlín . Lo leemos. ¡Sabemos que tenemos que actuar!
Dejamos atrás las dudas. El ̈yo no sé qué haré”; el “ cuánto más tarden en llamarme mejor”; el “¿ qué nos podrá pasar?”. Comprendemos que es inevitable. Que nos tratarán como parias si no lo hacemos. Que no podremos abrazar con tranquilidad si no cumplimos. Que podemos matar a los nuestros si nos negamos. Por supuesto, la mayoría estamos convencidos de que a nosotros no nos puede pasar nada. Pero es nuestro deber.¡ Y vamos a hacerlo!
Es la hora. Dejamos atrás familia y amigos y vamos hacia lo desconocido. Solos. Como nacimos y como moriremos. Como se hacen las grandes gestas. Nos encaminamos
hacia el objetivo. Llegamos antes de lo previsto para reconocer el terreno. Para situarnos. Para ver la zona de entrada, la de salida, cómo está organizado. Para contemplar la Zona Cero.
Sentados en nuestro vehículo abrimos la puerta para que corra el aire. Estamos en una explanada amplia, llena de coches que llegan y se van. ¿ Coño, aquel no es…? Sí lo es. Alguien aparca apenas a unos metros de ti y observas a los recién llegados. Esta vez son dos. Eh, ¿ también vosotros por aquí?. Vaya no parecían de tu quinta y sin embargo, allí los tienes.
Todos nerviosos y alegres a la vez. Quieres que te vean tranquilo, sonríes. “ Ahora nos vemos”.
La zona de control está perfectamente organizada. Fuerzas de seguridad se mezclan con personal solicito para indicarte la dirección a tomar.
Todo está perfectamente organizado. Caminos perfectamente delimitados te dirigen hacia el objetivo. Cuando crees que te puedes desorientar , personal con bata y sonriente te redirije. ¡ Ya no puedes escapar! Estás como en un embudo. “ Baje por ahí y tuerza a la derecha”.
Desembocas en una zona amplia. En una mesa frente a ti hay varias personas con listas y te observan mientras te acercas. Eres un tío tranquilo y lo sabes. “¿ Dónde deposito la papeleta?” bromeas. “ Ya está el imbécil de la tarde” notas que piensa la sonriente señorita que te pide algo de documentación. De nuevo te redirigen. “ Pase por aquí detrás y le indicarán”.
Otra señorita, o tal vez ya señora,teseñalaunaespecie de tiendas de campaña similares a las de las justas medievales. ¿ Ve usted aquel chico?, pues hala vaya hacia allí. Mientras le das las gracias con tu amabilidad manifiesta, piensas en tu mala suerte.
¿Joer habían cuatro señoritas y me ha ido a tocar con el chico ¡ Ya es mala suerte! Tratas de alejar este pensamiento porque una voz en tu interior te tacha de micromachista, y te diriges hacia el amable mozalbete. ¿En qué brazo le pinchamos? En éste , que no lo utilizo, le respondes sonriente. “ Vaya ya tenemos el imbécil…” vuelves a intuír. Relaje el brazo.
¿Me ve nervioso?
Entre a matar. Mientras esperas la estocada te dice : “ Hala ya está”. ¿ Ya? Para mí que no me ha pinchado , piensas.
Sales y otra señorita ( ésta no parece tan amable) te dice : ¿Cuánto tiempo le han dicho? Quince minutos balbuceo. Y te redirige, por última vez, a una sala. “Si en quince minutos no ha muerto ya se puede ir.” Notas que piensa. Un tremendo cronómetro en la pared te observa mientras saludas a los varios conocidos que tienes por allí. Todos como conejillos esperando a ver qué acontece en los próximos minutos. ¿Éste no tiene mala cara…? ¿Más pelos…?
¡A los diez minutos te la juegas! No en vano eres AUTÓNOMO. Te levantas . Todos te miran: “¿Éste no llegó el último? ¿Ya se quiere ir? ¡Tranquilos es el imbécil!
Y sales de allí. ¡La primera misión está cumplida!
Alea jacta est!